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Reportaje

Donantes de tiempo

El voluntariado marca la diferencia

Llegan de lejos. La gran mayoría después de un viaje tormentoso, y dejando atrás una porción de sus vidas. El mundo advierte. Lo vemos o escuchamos cada día por distintos canales: ‘Llegada de inmigrantes en cinco pateras’, ‘En espera de un puerto seguro para desembarcar a 120 inmigrantes rescatados en el Mediterráneo’, ‘Nuevos naufragios mortales de migrantes’, y un sinfín de titulares que inundan nuestra conciencia y retumban en nuestro día a día.

Pisar suelo español es un logro para much@s, pero ahí empieza otra odisea de su larga travesía en busca de una vida digna. “Cuando llegué a España, la verdad, lo pasé muy mal”, cuenta Jorge, de Angola. “Me fui de Angola siendo menor y huérfano. En mi país tuvimos 30 años de guerra y eso, lo que trae, es desgracia. Llegué muy perdido y aún me hago preguntas cuando me dicen que hay fronteras. Si yo cojo la bola del mundo, yo no veo ninguna frontera ahí. Y luego hay una política tan absurda cuando te dicen que estás indocumentado... Perdón, yo tengo documentación de mi país. Me llamo J­orge y tengo mi documentación. La gente que viene de África, ¿no interesa?”, reflexiona.

"El proyecto Baroké es conocer realmente a personas inmigrantes que llegan con todas sus dificultades, dejando a su familia en un país lejano, viniendo muchas veces en condiciones de ilegal desde muchos lugares diferentes, sobre todo de África. Muchas veces tenemos prejuicios. Ser voluntaria aquí es ver realidades, conocer personas y situaciones, empatizar, a veces desde la dificultad y entendiendo más al otro. Eso nos hace humanos"

Almudena - Voluntaria del proyecto Baroké

En 2005 se produjo una de las primeras llegadas de personas inmigrantes más altas en España. Llegaron de manera irregular, a través del Mediterráneo o saltando las vallas de Ceuta y Melilla. La gran mayoría procedían de países del África subsahariana. “En ese momento había una urgencia de dar respuesta a las necesidades de las personas migrantes”, explica Clarisa, una de las voluntarias pioneras del proyecto Baroké de Fundación Adsis.

“Iniciamos Baroké en el año 2005. Recuerdo que la primera acción que hicimos fue recorrer las calles de Madrid. En aquel momento había muchas personas inmigrantes que estaban durmiendo en la calle. Recorrimos los lugares donde nos habían contado que estaban esas personas. Era el día de Nochebuena, al anochecer. Conocimos a un chico africano que estaba en situación de calle y él nos puso en contacto con otros africanos. Desde aquel entonces vimos la necesidad de respuesta a estas personas. Acogimos a algunas. Les ofrecíamos un tiempo, alojamiento, manutención y la posibilidad de inmersión en un ámbito local con españoles, para poder practicar el idioma. Estaban sujetos también a un acompañamiento y, a la vez, a un compromiso por su parte de buscar empleo y de su inserción lingüística”, cuenta Clarisa.

A partir de ahí, el proyecto fue creciendo y tomando forma. Su coordinador actual, Carlos Melgar, fue creando y desarrollando una planificación junto a un equipo al que iban sumándose nuevas personas comprometidas para dar apoyo a l@s recién llegados. A lo largo de los años se conformó de manera sólida ese proyecto que nació de un impulso colectivo solidario una noche de invierno. Baroké está conformado y llevado a cabo en su totalidad por personas voluntarias. Un equipo de unas 40 personas que se autoorganizan y se reúnen cada fin de semana en Madrid para recibir y acompañar a personas inmigrantes en su proceso de integración a un nuevo país.

“Muchas veces vemos las noticias en la tele, y nos quedamos ahí, en una noticia”, expresa Almudena, voluntaria del proyecto. “El proyecto Baroké es conocer realmente a gente inmigrante que viene con todas sus dificultades, dejando a su familia en un país lejano, viniendo muchas veces en condiciones de ilegal… Para mi está siendo un gran aprendizaje interior. La gente que viene a Baroké es de muchos lugares diferentes, sobre todo de África. Muchas veces tenemos prejuicios. Ser voluntaria aquí es ver realidades, ver personas, situaciones, empatizar, a veces desde la dificultad y entendiendo más al otro. Eso nos hace humanos. Esas relaciones son algo maravilloso. Hay que dejar los prejuicios fuera y meternos en la piel del vecino, del inmigrante. Estaría muy bien, aunque fuera solo por un día, que la gente se animara a venir y conocer el proyecto. Es una experiencia de vida”, manifiesta Almudena.

“Me fui de Angola siendo menor y huérfano. En mi país tuvimos 30 años de guerra y eso, lo que trae, es desgracia. Llegué muy perdido y aún me hago preguntas cuando me dicen que hay fronteras. Si yo cojo la bola del mundo, yo no veo ninguna frontera ahí"

Jorge - Usuario del proyecto Baroké

LIBRE ELECCIÓN

El clima que se respira en el local de Baroké donde las personas voluntarias y las personas inmigrantes se encuentran sábados y domingos, es de absoluto respeto y afecto. Primero va llegando el equipo de voluntari@s, saludándose siempre con complicidad y con ese sosiego de ir a un lugar dónde quieren estar, que han elegido libremente.

“Yo siempre había tenido ganas de hacer voluntariado, pero hasta hace unos años no me había planteado qué era el voluntariado para mi. Hace dos o tres años, en un encuentro de voluntarios, hablábamos de las relaciones en las que no existe el dinero. De las veces en las que te esfuerzas, en las que trabajas, pero no lo estás haciendo por dinero sino porque de verdad sientes que tienes que estar allí y no importa las cosas que recibes a cambio. La experiencia más bonita de ser voluntario es saber que estás allí libremente. Nadie te ha exigido que estés, nadie te está recompensando económicamente, que al final siempre ata, sino que estás ahí porque quieres. Y el día que dejes de querer, puedes marcharte. Entonces yo creo que eso hace relaciones muy libres, relaciones en las que la gente sea ella misma y en las que descubre hasta qué nivel puede dar y hasta qué nivel tiene para compartir con los demás”, dice Eva, una de las voluntarias más jóvenes del proyecto. “La vida tiene más espacios, no es para uno solo para almacenar, sino para compartir y para convivir”, añade.

“El voluntariado hace que uno deje la queja y se centre más en el día a día, sintiéndose mucho más feliz con las cosas que hace. Te puedes ocupar, en vez de preocupar, y nos hace ser más colaboradores con el mundo con el que vivimos actualmente, que es tan global”, afirma Almudena.

"El voluntariado hace relaciones muy libres, en las que la gente es ella misma y en las que descubre hasta qué nivel tiene para compartir con los demás. La vida tiene más espacios, no es para uno solo y almacenar, sino para compartir y convivir"

Eva - Voluntaria del proyecto Baroké

UNA COLECCIÓN DE MUNDOS

La palabra ‘Baroké’ proviene del bambara, una lengua interétnica que se habla en Mali, y que significa ‘charlar’. Y ese es el primer paso de cada persona que llega al proyecto: conversar. A partir de ese primer encuentro, de la acogida, de conocer la situación de cada persona, se busca la manera de darle el apoyo que necesita. “Se genera una sinergia de apoyo mutuo. Nosotros les damos clases de castellano, de informática y de inglés, y nos llevamos mucho más: su cariño, su respeto, nuestro empoderamiento como personas, como personas que además queremos contribuir socialmente. Y te das cuenta que realmente no hay barreras. Son amigos a los que damos formación. Nos exigimos siempre mucho. Nos preparamos muy bien las clases. Queremos que la formación que se lleven de aquí sea de lo mejor. Que sea una formación gratis no significa que sea una formación improvisada. Hay toda una planificación detrás”, explica Carlos Medina, voluntario del proyecto y también trabajador de la fundación como responsable de intermediación laboral en el centro de Villaverde en Madrid.

“Baroké es un proyecto muy flexible, que en función de las necesidades, las posibilidades y las competencias de las personas, se van generando distintas acciones. Baroké también lo tenemos totalmente interrelacionado con el resto de proyectos de Fundación Adsis aquí en Madrid. De hecho, las personas que vienen a Baroké, las ponemos en contacto después con los programas que tenemos profesionalizados en temas de orientación laboral, temas jurídicos, de manera que también, de forma coordinada, estamos en contacto para responder juntos a las distintas necesidades de estas personas”, apunta Clarisa.

Además de ofrecerles formación y asistencia para la tramitación de sus papeles que faciliten su integración, también hay lugar para el ocio y el aprendizaje a través del debate en entornos más espontáneos e interculturales. Se organizan meriendas de manera regular, asambleas dónde hablar libremente de aquellos temas que más les preocupan, comidas dónde las personas de distintos países cocinan los platos gastronómicos más populares de su región y estableciendo un intercambio de costumbres, excursiones, visitas culturales a museos, conciertos solidarios con danzas y músicas de sus lugares de origen, etc. Una colección de mundos puestos en común, dónde comparten lo mejor de cada un@ y que les acerca también a conocer un nuevo país sin perder sus raíces. “Hay una necesidad de poder contrastar y compartir. Están deseando entrar a hablar de temas políticos y sociales, que van más allá de aprender castellano”, cuenta Clarisa. “Siempre hemos trabajado mucho desde lo humano. Hemos hablado mucho de política, de personas, de arte, de historia… Porque al final lo que les interesa es eso”, añade Eva.

"Iniciamos Baroké en el año 2005. La primera acción fue recorrer las calles de Madrid. En aquel momento había muchas personas inmigrantes que estaban durmiendo en la calle. Conocimos a un chico africano y él nos puso en contacto con otros africanos. Desde aquel entonces vimos la necesidad de respuesta a estas personas"

Clarisa - Voluntaria del proyecto Baroké

“Aquí viene gente que está muy perdida. No saben hablar castellano, no conocen a nadie, no tienen trabajo… Y aquí, hay apoyo para todo”, relata Jorge, que lleva años vinculado al proyecto y ahora se implica también en acciones de apoyo a las personas inmigrantes nuevas que van llegando. “Aquí te hablan de tú a tú. Todos somos iguales. Puedes hablar con alguien de tu país, con un voluntario, con el director. No hay distinción, no hay rangos”, añade Jorge. Baroké es un espacio abierto al mundo, con pasados e historias diversas procedentes de distintos puntos del mapa. Todas ellas confluyen cada fin de semana, de la mano con personas voluntarias que han decidido estar ahí, a su lado, compartiendo un valor hoy en día muy preciado: el tiempo. Pero en las paredes de Baroké los relojes no marcan las horas, marcan las risas compartidas, también los momentos más difíciles, la dialéctica, el compromiso, la convivencia y la solidaridad. Todos, cada uno de ellos y ellas, marcan la diferencia con esa conexión personal que diluye cualquier frontera.

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