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Reportaje

Derechos sociales en estado de alarma

Un puente hacia la inclusión

Ya no se infligen reproches. Toman el pasado como forma del destino que les ha llevado a dónde están ahora. Quieren vivir el presente, al máximo. Y se percibe desde el momento en que saludan, con fuerza, con ganas de exprimir cada minuto que les ofrece la vida. Su momento actual contrasta con un ayer menos entusiasta. Mar, Juan Carlos y Jose Antonio han recuperado las alas. Parte de ese proceso tiene que ver con su paso por Hegan (Arrancar a volar) y Hegalak (Alas), proyectos de la Diputación Foral de Bizkaia desarrollados por Fundación Adsis.

Hegan y Hegalak son dos proyectos de la Diputación Foral de Bizkaia, desarrollados por Fundación Adsis, en apoyo a personas en situación de exclusión grave. Los proyectos actúan como transición para su acceso a un servicio de inclusión.

“Esta pandemia me ha salvado, me ha enderezado la vida”, manifiesta Juan Carlos. “Parece mentira, ¿no? Este virus, del que todo el mundo habla y que cuentan que nos ha buscado la ruina a todos… para mí ha sido al contrario. A mi este virus me ha devuelto mis derechos sociales. Unos derechos que tenían que haberme llegado ya en su día y que yo reclamaba por mi situación de exclusión. Y este virus, de repente, ha puesto a todos en estado de alarma. Ya había problemas de exclusión, y ahora se ha patentado más por el tema del Covid. Ha salido el chapapote”.

Juan Carlos lleva toda su vida luchando. Su trayectoria es una suma de adversidades que ha tenido que superar a lo largo de sus 58 años. “Desde muy joven he tenido problemas de salud. Cogí el VIH en la época de los 80. Se empezaba a hablar de una enfermedad a la que llamaban el Sida. Nadie sabía muy bien… ni cómo se contagiaba, ni cómo no se contagiaba. Estábamos en una época de plena efervescencia de las drogas. Las jeringuillas no las vendían en las farmacias y las reutilizábamos. He pasado muchas enfermedades oportunistas por ser seropositivo: candidiasis, tuberculosis, leishmaniasis,… ”, cuenta. “También estuve más de 10 años sin poder caminar por los efectos de las pastillas retrovirales del VIH. Un día me fui a poner en pie y no caminaba. Iba amarrado por las paredes. Me caía al suelo porque no tenía estabilidad, y escuchaba de fondo a la gente que decía: Dejadle, que está borracho. Es un borracho”. Juan Carlos es asturiano. Ha recorrido toda España y varios países de Europa, huyendo de la estigmatización que sufría, a cuestas con sus reveses y a la busca de un lugar dónde se sintiera aceptado socialmente. “He tenido que salir a flote de alguna manera. Solo. Porque no había las herramientas que hay ahora”, expresa. “Yo sé que voy a estar toda mi vida con la espada, porque yo mismo me considero un toxicodependiente, un alcohólico. Cualquier situación te puede llevar otra vez. No puedo bajar la guardia”.

CALIDAD DE VIDA

El confinamiento decretado en marzo de 2020 permitió a Fundación Adsis conocer a Juan Carlos, que se encontraba en Bilbao. “Las personas en situación de calle fueron llevadas a los polideportivos por la policía. La Diputación se encargó de llamar a las personas que había valorado por su situación de exclusión, para ver si tenía que generar también un dispositivo. Lo generó. Y ahí es cuando llamamos a Juan Carlos”, explica Begoña Muñoz, educadora social de Fundación Adsis. “Le acababan de expulsar de un albergue y le angustiaba mucho quedarse en situación de calle otra vez. Lo resolvimos”.

Juan Carlos fue derivado al proyecto Hegan, a un dispositivo de emergencia residencial que a partir de enero de este año se inició de nuevo, formalizándose como el proyecto Hegalak. “Se trata de un servicio de pernocta, que intenta facilitar que estas personas tengan un espacio donde descansar, donde dormir, poder cenar, ducharse, de cara a los procesos que están haciendo también en otros servicios de Diputación”, explica Manolo Garrido, coordinador de los proyectos de Fundación Adsis en Bizkaia. “Tanto Hegan como Hegalak son proyectos transitorios. No persiguen que sea el servicio donde va a realizar la persona ese proceso, sino apoyar el acceso a esos servicios”.

La Diputación Foral de Bizkaia muestra un claro compromiso con la inclusión social. “Era absolutamente necesario desarrollar un sistema innovador para llegar a esas personas que se nos estaban escapando. De acercarnos nosotros y nosotras a las personas que lo necesitan. Y de llevar su ritmo, su tratamiento, hacer adherencia, hacerlo muy poco a poco, sin ningún formalismo”, explica Teresa Laespada, Diputada Foral de Empleo, Inclusión Social e Igualdad en Bizkaia. “De eso se trata, de acercar la persona a los servicios y, a partir de ahí, empezar a trabajar por otro lado. Y que establezca la confianza en los servicios públicos, en las instituciones. Y sobre todo la confianza en sí misma para hacer un trabajo. Cuando la Administración rompe con los protocolos habituales y los formalismos, las cosas funcionan”.

De marzo a junio de 2020 tuvo lugar la activación del servicio residencial de Hegalak como petición de emergencia. Se buscó un hostal dónde se confinó a 12 personas en habitaciones individuales, entre las cuales estaba Juan Carlos. “Juancar necesitaba un poco más de tiempo, porque su historia, que fuimos descubriendo más tarde, había tenido tantas relaciones negativas con los recursos sociales, que le daba miedo”, explica Begoña. “Las primeras semanas ya vimos que el espacio no ayudaba al acompañamiento, porque al final se convierte en algo normativo y por el que no podíamos pensar tanto en las necesidades de Juan Carlos, sino también en las del propio grupo. En su caso, tuvimos que buscar una solución. Hicimos un recurso y le ofrecimos un piso de Diputación dónde vivía él solo, con todos los medios, apoyo y cercanía. Conseguimos mantenerle y hacer todo el proceso con la Renta de Garantía de Ingresos (RGI) que le permitiría tener autonomía económica. Y ahí todo cambió. A partir de ahí ha sido todo construir y avanzar. Su estado de salud es estable, está bien. Y ahora está en el momento de trabajarse él, de ir dando pasos y dejando atrás todas sus piedras del pasado. Ir ganando en autoestima y como él dice: disfrutar de la vida, que es muy bonita. Y seguir luchando por ella”.

Juan Carlos se define hoy como “un superviviente, un guerrero”. Cada frase que comparte denota su actitud de resiliencia. “Yo estaba muy nervioso, estaba mal… y aparecieron ahí, y para mí eso fue impresionante. Igual eran las personas que tenían que llegar a mi vida de esta calidad. He encontrado calidad. La lectura que he hecho con los años es que igual tenía que pasar por todo eso para llegar adonde estoy ahora. Igual es el destino mío, el haber pasado por esas experiencias nada buenas. Me han fortalecido”, expresa Juan Carlos.

“Este virus, de repente, ha puesto a todos en estado de alarma. Ya había problemas de exclusión, y ahora se han patentado más por el Covid"

Juan Carlos - Usuario proyecto Hegan

VENCER EL AISLAMIENTO

A Mar le gusta ir con mascarilla. Ir con la cara medio tapada le hace sentir cierta protección, cierto refugio. A pesar de sentirse con más energía que nunca, “todavía estoy un poco que me da vértigo, a caer”, afirma.

Mar vivió aislada desde los 19 años. “Yo creo que ya tenía alguna historia desde pequeña, porque con 9 años hacer una redacción sobre la muerte no era muy normal. Pero entonces no había psicólogos en los colegios”, recuerda. “Mi entorno era maravilloso: familia, amigos, profesores estupendos… Pero yo sentía que todo estaba mal. Lo único que no funcionaba del mundo era yo. Directamente quería morirme. Al final, en 3º de BUP, llegó Navidad y un día no quise levantarme de la cama ni volver al instituto. Solamente me mantenía viva. Llevaba años que solo salía de casa para ingresar al psiquiátrico y para comprar alcohol, meses sin que me diera la luz, sin ducharme, sin lavarme la cabeza, sin hablar con nadie… Borracha y dopada. Era otra. Vivía en la casa de mi padre, que al final era mi cárcel”, comparte.

Mar se siente liberada. A sus 48 años está empezando a conocer su ciudad, Bilbao. Ahora recorre sin descanso cada calle, cada rincón, todos aquellos lugares que antes ni siquiera era consciente que estaban ahí.

Cuando la Diputación planteó a Fundación Adsis intervenir con Mar e hicieron su derivación a Hegan, el equipo educativo se encontró con la primera y máxima dificultad: contactar con ella. “Estaba perdida en el laberinto de su enfermedad. Entonces, lo importante, y lo más difícil, fue contactar con ella y abrir una pequeña rendija en esa habitación en la que estaba encerrada. No abría la puerta, no salía a la calle, estaba totalmente incomunicada. La única salida de su casa era de noche y para comprar alcohol. Entonces, buscamos distintas posibilidades de llegar a ella: a través de los vecinos, de la familia, de su psiquiatra... Y al final vimos que la mejor opción, y la menos invasiva para ella, era a través del Whatsapp. Al principio ni siquiera respondía, pero después de varios mensajes nos empezó a contestar de madrugada. Y así estuvimos un tiempo hasta que conseguimos tener un primer diálogo con ella, que saliera de casa, un paseo… que fue lo que nos permitió ganarnos poco a poco su confianza y empezar un proceso con ella”, explica Manolo.

“Todo fue muy poco a poco. Tenían que venir a recogerme en la puerta y traerme de vuelta”, rememora Mar. “Recuerdo el primer día que les dije: ya vuelvo yo sola a casa. Me agobié un poco, pero lo conseguí. Fui capaz de andar sola por la calle, coger el metro y llegar a casa. Si estaban haciendo tantas cosas por mí, tenía que hacer algo yo también”.

Mar fue acompañada en el proyecto Hegan durante unos 6 meses. El proceso fue rápido, sobre todo teniendo en cuenta que llevaba toda una vida sin contacto social. La clave fue el vínculo generado con ella, la confianza y la seguridad transmitida. “Se trata de vincular, de ir conociendo a la persona, que vea que nosotros, desde una relación educativa, estamos ahí para acompañarles, sin juzgarles, solo estando… No es un programa de exigencia, entonces no hay nada en lo que fallen”, explica Begoña. “Desde el vínculo y la proximidad, es que ellos busquen herramientas que tienen ahí escondidas y que no son capaces de ver. Siendo muy flexibles a lo que vayan marcando, cada una de las personas que acompañamos”.

Poco a poco, Mar fue avanzando hasta encontrar ese cambio, “que concluyó con su ingreso a la Unidad de Desintoxicación, porque era condición indispensable llegar en las mejores condiciones al piso que iba a ingresar. Y en todo momento acepta la propuesta que se le hace”, cuenta Manolo. Mar vive ahora en un piso compartido de la asociación Bizitegi, en Bilbao. Sin miedo a nada, agradecida con las personas que le han dado apoyo y con ganas de vivir. “Fue algo tan acogedor. Yo estaba hundida. Fue como si te dan la mano y te sacan. Yo mi enfermedad tampoco la conocía del todo. La he conocido al salir de casa. Con el trastorno de personalidad lo sientes todo mucho, y estoy aprendiendo a llevarlo. Ahora vivo la vida a pelo. No estoy tomando alcohol ni nada, la estoy viviendo de verdad. Estaba anestesiada. No tengo recuerdos, pero tengo la sensación del horror, del no querer estar. Todo el mundo quiere matarme cuando lo digo, pero es que, para mí, el año que llegó la pandemia ha sido el mejor año que recuerdo. Con diferencia. Estoy encantada. A mí me ha tocado de cerca tener una enfermedad larga, y ahora estoy encantada con la pandemia y con lo que sea. Para atrás ni para tomar impulso”.

"A mí me ha tocado de cerca tener una enfermedad larga, y ahora estoy encantada con la pandemia y con lo que sea. Para atrás ni para tomar impulso"

Mar - Usuaria programa Hegan

EMPEZAR DE CERO

“Si pudiera volver atrás, volvería a empezar. En el momento que me ofrecieron esa raya de cocaína, hubiera dicho no. Ahí fue cuando empecé a hacer las cosas mal”, cuenta Jose Antonio. Tenía 16 años cuando consumió por primera vez. Desde siempre fue un niño inquieto. A sus 14 años no quería seguir estudiando y su padre se lo llevó al monte a trabajar con él. “Trabajaba como un hombre. Dormía en chabolas de plástico con un colchón de lana. Era un crío pero estaba rodeado de gente mucho mayor que yo. ¿Y a dónde van los hombres después de trabajar un mes? Yo veía sus hábitos. Beber, fumar, mujeres… Si eso lo ves de pequeño, se te queda grabado. Es algo que deberían cambiar los padres con sus hijos: no beber delante de ellos, no fumar, no insultar a su mujer…”, manifiesta. “Dos años después, con 16 años, empecé a trabajar en el matadero. Yo era el carnero más joven, eran todos mayores de edad. Era muy fuerte porque hacía mucho deporte y cuidaba mucho la alimentación. Luego me fui a la Legión y al regresar me metí en el mundo de la noche, trabajando en seguridad”.

A sus 49 años, Jose Antonio lleva a sus espaldas muchos años de calle y situaciones condicionadas por su patología mental y su adicción. A raíz de un suceso que le acarreó una orden de alejamiento, volvió a vivir al monte, dónde permaneció tres meses escondido y consumiendo. Eso desencadenó en él un comportamiento que generó inquietud entre el vecindario, hasta que dieron aviso a la policía y le redujeron. Le medicaron y le llevaron a una pensión con un servicio dónde hacía tratamiento. Pero su cuerpo se paralizó. “Así nos lo encontramos. Jose Antonio era una persona que había abandonado todo, que estaba viviendo en un albergue pero que no se cuidaba. No comía, le costaba andar, le costaba hacer todo. Empezamos a acompañarle intentando que hubiera una valoración psiquiátrica. Fue muy difícil. Al final el camino con él fue conseguir que reconociera que no estaba bien, que su cabeza le estaba jugando una mala pasada y que necesitaba más ayuda. Y que necesitaba salir de ese alojamiento. Y después de muchos meses conseguimos que entrara en Bizitegi. Justo entró un mes antes de la crisis, el 28 de febrero de 2020. Hegan es un puente que permite a las personas llegar a donde quieren ir. Jose apuntaba que necesitaba ir a Bizitegi y acertó”, explica Begoña.

Jose Antonio puede hablar durante horas sobre deporte y culturismo. Es su pasión. Lo practicaba desde pequeño y ahora lo retoma porque le sienta bien. “Gracias al deporte he dejado las drogas”, afirma. Habla del pasado con contundencia, teniendo muy claro todo lo que quiere dejar atrás. Y siendo consciente de no querer regresar. Se siente reconfortado y agradecido por haber encontrado el apoyo que antes no consideraba precisar. “Yo estaba muy desconfiado y tenía poca voluntad. En otros recursos yo no hice caso, pero en Hegan, no sé qué tiene que si… A mí la vida me la ha dado mi madre, pero me han orientado a ir por el sitio que tengo que ir, dejar las drogas, el abrirme la cabeza y decirme lo que estaba haciendo mal y lo que no. Confían en mí y yo en ellos. Van a tenerme aquí para toda la vida, como amigo, dos brazos fuertes para lo que haga falta. La gratitud es la memoria del corazón. Se portaron muy bien conmigo”, expresa.

Hegan y Hegalak han acompañado a una treintena de personas a lo largo de sus dos años de acción social. Personas a quién la vida ha retado de manera brava, y con un acceso a sus derechos sociales tan limitado como su propia situación personal. “Las personas con las que trabajamos tienen enfermedades mentales muy limitantes, falta de autonomía, familias desestructuradas, falta de información, situaciones judiciales, situación de calle, mujeres víctimas de violencia de género, toxicomanías presentes en sus vidas… Están en una situación de vulnerabilidad extrema”, explica Manolo. 

La pandemia ha ayudado a visibilizar y apoyar a algunas personas que viven estas situaciones, pero aún queda mucho por hacer. La voluntad de las personas es imprescindible para que sean acompañadas y que no bajen la guardia, pero también es necesario el compromiso social para garantizar que todas las personas tengan reconocidos sus derechos y sentirse en plena inclusión social.

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